Los 53 años de vida de María Eugenia Farías están marcados por preguntas. Siendo niña, mientras estudiaba la Biblia para recibir su Primera Comunión, se preguntaba por qué no aparecían en la historia los dinosaurios. Esa y otras dudas la acercaron a la ciencia.
Se recibió de Bióloga en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT); hizo un doctorado en el Centro de Referencia para Lactobacilos (Cerela) y un postdoctorado en España. En 2001 empezó a estudiar los ambientes de la Puna argentina. Se preguntaba cómo hacían las bacterias para sobrevivir a condiciones tan extremas como las de ese ecosistema ubicado a más de 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar.
En 2009, sin quererlo, parada sobre los bordes del Volcán Socompa (Salta) descubrió algo que cambió su rumbo para siempre: reportó la presencia de los fósiles más antiguos del planeta, llamados estromatolitos, considerados una “ventana” al pasado porque ayudan a entender nada más y nada menos que el origen de la vida en la Tierra. Su hallazgo fue publicado en la prestigiosa revista Nature y causó revuelo mundial.
La siguiente pregunta que se hizo fue: ¿los estromatolitos sólo están en Salta? Y hace diez años que pasa la mitad de su vida arriba de una camioneta 4x4 buscándolos y reportándolos. Recorrió todos los Andes de Argentina, Chile y Bolivia. Conoció los volcanes activos más altos del mundo ubicados en Catamarca, recorrió salares y visitó lagunas que todavía no tienen nombre.
Esta bióloga, que también es emprendedora biotecnológica, fanática del ciclismo, los libros y la naturaleza, observa el escenario pandémico y afirma: “si no desarrollamos ciencia y tecnología, los seres humanos nos vamos a extinguir rápidamente”. Estos son algunos pasajes de la entrevista emitida ayer en el ciclo de entrevistas “La Otra Pregunta”, por LG Play, que puede verse completa en el canal de YouTube de LA GACETA.
- ¿Qué es la ciencia?
El motor de la transformación del mundo. El futuro de la humanidad depende de la ciencia y de la biotecnología. Por ejemplo, si no vemos la forma de producir alimentos de una forma más sustentable, vamos a destruir el planeta. Cada vez somos más habitantes, cada vez se necesita más comida y cada vez se degrada más el medioambiente. Nos estamos autodestruyendo.
- ¿Creés que el trabajo científico está siendo más valorado en este contexto?
Al principio de la pandemia sentí mucha frustración por cómo se dilapidaron recursos en cosas superfluas y cómo perdimos la oportunidad de haber podido parar esto si la sociedad hubiera escuchado y dado los recursos necesarios a la ciencia...
- … ¿cómo es eso?
La posibilidad de que un virus de murciélagos pase a humanos estuvo publicada en un paper (documento) en el año 2011. ¿La sociedad no escuchó o el científico no se encargó de difundir para que la sociedad escuche? Yo no sé nada de coronavirus ni de virus, pero sí sé que si yo hubiese descubierto los estromatolitos y sólo hubiese publicado un paper capaz que ahora ya no existían. El científico que descubre algo tiene la responsabilidad de que la sociedad se entere del hallazgo. Hay que dormir dos horas por día hasta que todo el mundo sepa la importancia de lo que uno encontró. Veo una especie de “divorcio” por falta de comunicación entre la sociedad y la ciencia.
- ¿Qué nos deja la pandemia?
La conciencia de que todos estamos en el mismo barco. En Estados Unidos podrán estar vacunados, pero si acá no nos vacunamos rápido pueden surgir nuevas cepas del virus y quizá las vacunas de ahora dejen de servir... Todos tenemos que estar vacunados. Esto aplica para la pandemia y principalmente para el calentamiento global. En el planeta hubo extinciones masivas cinco veces. Hoy estamos empujando al planeta a la próxima extinción masiva si seguimos consumiendo los recursos naturales de esta forma irrefrenable.
- ¿La pandemia es una especie de aviso?
Sí, y si no lo sabemos leer... si después de esto seguimos tirando misiles, si no detenemos la emisión de dióxido de carbono, si seguimos talando... La naturaleza no te da otra oportunidad, ¿eh?
- ¿Y qué hay que hacer?
Hay que financiar la ciencia de forma global. En Argentina hay muy buenos científicos, pero tenemos una falta de acceso a sueldos dignos que nos permitan dedicarnos exclusivamente. Yo tuve que hacer muchísimas cosas además de ciencia porque si no, no podía mantener a mi familia. Necesitamos también equipamiento. No podemos hacer un desarrollo biotecnológico con una onda frente a una empresa que tiene miles de millones de dólares de inversión. En Tucumán, siendo así de chiquititos, desde una institución del Conicet hemos logrado encontrar cosas que nadie había estudiado, como la vida en los salares. De ahí pueden salir, por ejemplo, otras líneas de investigación para demostrar que esas grandes extensiones de sal están vivas y funcionan como bosques. De esa idea puede llegar a salir una respuesta para captar dióxido de carbono y detener o ralentizar el calentamiento global. Necesitamos una política de Estado financiada. En el presupuesto veo una tendencia a eso.
- ¿En qué estás ahora?
En transformar el conocimiento científico en aplicaciones biotecnológicas. En este momento una secuencia de ADN que encontramos en los salares está siendo parte de una patente en Estados Unidos que está por ser aprobada por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) para un kit de detección de virus aplicable a coronavirus, antavirus... Y con dos colegas hemos fundado nuestra propia start up (empresa joven con potencial) para buscar cómo la naturaleza se las arregla para hacer crecer las plantas en los salares y aplicarlo al campo para aumentar el rendimiento en soja, maíz y en poroto. Conseguimos una inversión de GreedEx, una incubadora de empresas.
- ¿Cómo explicás la importancia de tu hallazgo de estromatolitos en la Puna?
Hace 22 años que empecé a investigar con una camioneta y botas prestadas lo que no se suele ver en la Puna: los microbios. Lo único que quería saber al principio era cómo hacían las bacterias para sobrevivir a condiciones tan extremas. Sobre todo a la radiación ultravioleta arriba de los 4.000 m sobre el nivel del mar. En la Puna están los salares, que son lo más parecido a la Tierra en su época primitiva y a ciertas zonas del planeta Marte. Terminamos encontrando unos ecosistemas que se llaman estromatolitos, los fósiles más antiguos del planeta. Son asociaciones de algas y bacterias que transformaron el planeta primitivo en el que no había oxígeno ni capa de ozono captando dióxido de carbono, liberando oxígeno y creando la capa de ozono. Así dieron lugar a que se desarrollen otras formas de vida como las plantas y los animales. Los estromatolitos tienen alrededor de 3.000 millones de años y nosotros los encontramos vivos en la Puna. Lo primero que hice fue comunicarlo porque vi que estaban en peligro, se creía que eran piedras que podían ser pasadas por una topadora tranquilamente. Sentí la necesidad de involucrar a gobiernos, a las empresas mineras, a las comunidades originarias. Hay lugares en Argentina y Chile que ya lo tienen incorporados a sus líneas de base.
- ¿Por qué creés que ves cosas que otros no?
Porque no presto atención a lo que todos ven.
- ¿Por ejemplo?
No veo televisión. Siento que si dejamos invadirnos por ciertos pensamientos perdemos la oportunidad de ver cosas que están ahí y que no las podemos interpretar. Me tuve que salir de la “caja”, ver las cosas de una manera distinta. Es muy divertido…
- ¿Tu familia te conecta con esa “caja”?
Tengo tres hijos: Nicolás, Marcos e Irina. Y un nieto de cinco años. Ellos tuvieron que acostumbrarse desde muy chicos a que su mamá se iba a la Puna. Irina, que es mi gran compañera, decía cuando tenía era chica: “mamá, le voy a poner una bomba atómica a la Puna así no te vas más”. Aprendieron a ser independientes y ahora lo comprenden y me acompañan. Son mi mayor orgullo. Espero haberles dejado la idea de que cuando uno descubre su pasión hay que jugarse la vida por eso. Esa es la clave del éxito.
- ¿Dónde te ves en 20 años? ¿Te irías del país?
Andando en bicicleta, con un emprendimiento, escribiendo, trabajando pero no como ahora. Me veo en la montaña, no sé si en Tucumán, quizás en Salta, pero sí en Argentina. Ya viví en el exterior y en pleno 2001 decidí volver al país donde está mi cultura, mi forma de comunicarme con la gente, mis padres, mis hijos. Aquí está el lugar donde yo trabajo: la Puna no está en Europa ni en ningún otro lugar. A lo sumo me iré un ratito a Chile, pero de Argentina no me voy, a pesar de todo lo que quieran decir.
- Tus investigaciones colaboraron para saber de dónde venimos. ¿A dónde creés que vamos?
Nos morimos y quedamos en lo que hacemos: el legado, lo que fuimos capaz de cambiar para bien. La huella.
- ¿Vos dejaste huella?
Creo que sí, en mis estudiantes de doctorado, en mis hijos y en haber puesto en relevancia e involucrado a las comunidades originarias en el descubrimiento de los estromatolitos. Siento mucha responsabilidad de inspirar a mujeres a hacerse cargo de sus propias vidas y dejarles a mis hijos un mundo mejor.